Me gusta sentarme en tu mesa. Ser parte de tu familia. Me encanta la horizontalidad de tu alegría, La circularidad diversa de tu fraternidad. La hospitalidad cálida de tu palabra. La luminosidad honda de tu mirada La amplitud de tu corazón espacioso e inclusivo. Tu predicación entretejida con los hilos de la compasión. Tu sed del Dios de los caminos, de tus noches y tus días. El manantial siempre nuevo de tu sabiduría compartida Me gustan Tus manos libres y liberadoras que dispersan el trigo para curar a la humanidad herida. Tus pies peregrinos, acompasados al latir del hermano, de la hermana. Tus entrañas maternas que sintonizaron con las mujeres y dieron amplitud a su voz. Tu corazón generoso, que se desprende de sus libros, para que los pobres tengan vida. Gracias Domingo por invitarnos a tu mesa que nos vincula y renueva nuestra predicación. Que sepamos gestar espacios de humanización, de tiempo regalado, de búsqueda conjunta. Que la antorcha de tu vida nos encienda para pregonar la esperanza y la bondad de Dios. Amén.