El “actuar” de Dios no se parece en nada al nuestro, su amor es igual de infinito para todos sin distinción de nada.
Dios ha colmado con su amor a toda la humanidad, por lo tanto, no hay que esforzarse para ganarse su amor, porque él ya lo ha dado a buenos y malos. La diferencia está en cuánto de ese amor acoge cada uno, no por obra de Dios, sino por la apertura y disponibilidad del corazón humano.
Nuestra justicia y la de Dios es diferente, y nos cuesta comprenderla, porque nos pasa igual que en la parábola, experimentamos envidia cuando el otro recibe lo mismo que nosotros, habiendo trabajado menos. Pero Dios no mide el amor, solamente lo da.
Fray Rodríguez nos hace notar que en la sociedad “todos trabajamos para lograr desigualdades”, nuestro mundo está entrenado para ser diferentes. Todos los días vivimos la lucha por ser más que los otros a todo nivel, incluido en el ámbito de la fe, porque nos han enseñado que tenemos que ser mejores que los demás para ser más bendecidos por Dios. Y olvidamos que el trabajo en la comunidad de los seguidores de Jesús, tiene que ser totalmente desinteresado.