Panes y peces

Precioso evangelio, porque donde aparentemente no tenían casi nada para comer, comen todos y sobra. El secreto está en que un grupo inmenso de personas ponen en común todo lo que tienen. En aquella época todos salían de sus casas con provisiones para los días que iban a estar fuera.

Este gesto es un verdadero milagro que está al alcance también de nosotros. Se da el milagro de la solidaridad, se contagia la generosidad. A estas personas les bastó pasar un día junto a Jesús para entender que todos somos hermanos.

A veces este relato lo interpretamos como prodigio divino, y hasta podríamos pensar ¿si Dios multiplicó los panes y los peces por qué no lo hace ahora para saciar el hambre del mundo? ¿O nos quita la pandemia?

Jesús frente a la multitud con hambre, no pidió a Dios que les diera de comer, sino a sus discípulos. Igualmente, ahora es tarea de la humanidad calmar el hambre. Dios nos ha puesto en un mundo maravilloso, lleno de todo lo necesario para vivir bien. Una tierra capaz de producir “pan” para todos sus habitantes. Pero ¡qué desigual lo hemos repartido! Unos pocos se han apoderado casi de toda la riqueza, y la gran mayoría se ha quedado con lo mínimo.

Frente a esta triste realidad creada por nosotros, no esperemos que Dios venga a arreglar nuestros desarreglos. No le toca a Dios hacer lo que no hacemos.

Dios está presente en los que sufren hambre y miseria; en los que mueren en sus casas y en las puertas de los hospitales porque no pudieron conseguir oxígeno ni acceder a un centro de salud, porque hemos creado un mundo desigual e injusto.

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