Una lección de Fe, Solidaridad y Esperanza
- Hnasmdro
- diciembre 23, 2024
- Experiencias MDR
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El 29 de octubre vivimos una experiencia muy difícil. Recuerdo que, al mediodía, cuando regresé de la universidad, eran las 3:30, pero el cielo estaba muy oscuro, como si fuera a llover mucho. Al acercarme a casa, una señora me dijo: “Diles a tus hermanas que no vayan a la universidad por la tarde; hay alerta naranja”. Entré en casa y avisé a mis hermanas, pero me dijeron que la universidad ya había suspendido las clases.
Cenamos tranquilamente y luego nos pusimos a trabajar en nuestras cosas. De pronto, una hermana vino y dijo: “Miren fuera, ya hay agua en la calle”. Nos acercamos a la ventana y vimos el agua corriendo. Pensé que terminaría en unos minutos, pero el nivel comenzó a subir. Pronto vimos coches y contenedores flotando.
La casa tiene dos puertas, así que colocamos sacos de arena y bolsas de plástico para tratar de detener el agua. Sin embargo, el nivel seguía subiendo y empezó a entrar en la casa. Al principio creí que no subiría mucho más, pero nuestra hermana mayor dijo: “El agua seguirá subiendo”. Confiando en su experiencia, empezamos a mover nuestras cosas.
Somos 14 hermanas en la comunidad: 13 jóvenes y una hermana mayor. Entre todas subimos colchones, camas y lo que pudimos al primer piso. Las neveras, lavadoras y pequeños armarios los colocamos sobre mesas y sillas. Empezamos alrededor de las 8:40 de la noche, pero el agua no entró en casa hasta las 9:30. Desde ese momento trabajamos sin parar hasta las 11 o 11:30. El agua dentro de la casa ya nos llegaba más arriba de las rodillas.
En la entrada de la casa tenemos una capilla. La puerta hacía mucho ruido, como si fuera a abrirse. Finalmente, subimos al Santísimo y le pedimos a Jesús que nos protegiera a nosotras y al pueblo. Todas nos quedamos en el primer piso. Para muchas era la primera vez que vivíamos algo así. Tenía miedo de que la fuerza del agua rompiera la puerta, pero gracias a Dios, aguantó.
Vigilé toda la noche esperando que el agua bajara. Finalmente, hacia la 1:30 de la madrugada, comenzó a descender. Desde esa noche no había luz ni agua. Después de descansar un poco, por la mañana bajamos y vimos la planta baja llena de barro y agua. Todo estaba en silencio, como si alguien hubiera muerto. Más tarde, vimos a la gente en la calle con botas, evaluando los daños.
Sacamos agua de un grifo cercano y empezamos a limpiar la casa. Cuando salí a la otra calle, quedé en shock: coches apilados unos sobre otros, postes de luz caídos, árboles arrancados y personas llorando porque lo habían perdido todo. Ese primer día solo quitamos el barro porque no teníamos suficiente agua. El día 31 también estuvimos sin luz, agua ni cobertura de móvil, lo que preocupó a las hermanas de Madrid.
Pasamos casi una semana sin luz ni agua, con la cobertura muy débil. Cada día íbamos al grifo del pueblo a recoger agua para limpiar. Mientras llevábamos agua, tres hermanas se cayeron por el barro; dos no sufrieron mucho, pero una casi se rompió el brazo y lloraba de dolor. Fui al ayuntamiento para preguntar dónde llevarla en caso de emergencia, y me dijeron que podíamos ir al hospital de Manises. Caminamos hasta el Barrio del Cristo esperando un taxi, pero después de más de una hora ninguno llegó. No podíamos llamar una ambulancia porque decían que tardaría horas.
Finalmente, decidimos pedir ayuda a algún coche que pasara por esa dirección. Muchas personas pasaron sin detenerse, hasta que una finalmente paró. El conductor, como un buen samaritano, nos llevó al hospital. Terminamos la consulta cerca de las 11 de la noche. Después surgió otra pregunta: ¿cómo volveríamos a casa?
Intentamos tomar un taxi, pero al escuchar el nombre de Aldaia, nadie quería ir porque estaba prohibido entrar. Esperamos en la calle hasta la medianoche, pero sin éxito. Finalmente, decidimos pasar la noche en el hospital. A las 4:30 de la mañana, comenzamos a caminar de regreso a casa. Durante el camino, encontramos un taxi. El conductor, de Pakistán, pensó que yo también era de allí y, al explicar nuestra situación, accedió a llevarnos cerca de Aldaia, aunque estaba prohibido entrar. Llegamos a casa a las 5:30 de la mañana. Fue otra experiencia de buen samaritano.
Cuando terminamos de limpiar nuestra casa, organizamos grupos para ayudar a los vecinos y a las familias de la parroquia. Desde el 30 de octubre hasta el 9 de noviembre caminamos por el pueblo ayudando a limpiar y viendo cómo Dios nos daba fuerzas para no cansarnos. Solo al acostarnos sentíamos el dolor en el cuerpo. Gracias al paracetamol, podíamos levantarnos al día siguiente y seguir trabajando.
Vi muchas cosas que nunca olvidaré. Gente de cerca y de lejos vino al pueblo con escobas, cubos para ayudar y otros con comida caliente. Preguntaban si alguien necesitaba algo. Nunca había visto tantos voluntarios en mi vida. Fue una experiencia difícil, pero llena de Fe, Gracia, fuerza y solidaridad.
hna. Mona Dhandar
Aldaya.