Educando contracorriente

Todas las mañanas son un nuevo comienzo en los caminos que nos llevan a la aventura educativa. Lo llamo aventura, porque eso significa para nosotras, Misioneras Dominicas del Rosario, la experiencia vivida en La Zurza, en el Proyecto Educativo Solidaridad entre hermanos “Solher”.

Caminando entre plátanos, mangos, aguacates, repollos y, quisiera no decirlo, pero también entre lodo y basura, empieza nuestro itinerario educativo todos los días en el mercado de La Zurza, Santo Domingo, Distrito Nacional, República Dominicana. En este barrio confluye y reside una gran población haitiana. En nuestro centro educativo trabajamos con un 45% de niños y niñas de origen haitiano. Los “santos”, solemos decirles, porque a pesar de la dura realidad que viven sus familias, de violencia, pobreza, hacinamiento, marginación, drogas, a lo que se le suma la amenaza latente de ser recogidos por las autoridades migratorias; son niños y niñas llenos de energía, bondadosos, solidarios y llenos de amor. Sus ojos vivaces y su espíritu inalterable nos contagian y animan a asumir con ellos el desafío de formarles, educarles para la vida, una que pueda ser mejor que la que han podido tener sus padres y madres. Esta dura realidad, a muchos les marca de una manera profunda y triste, mostrándose rebeldes, necesitados de amor y sobre todo de ser protegidos de la aplastante discriminación que sufren, de ser excluidos por un sistema educativo insuficiente para los dominicanos y, más aún, para los haitianos residentes en este país.

Gran parte de los niños y niñas con los cuales trabajamos cada día, están cargados de heridas por las diferentes realidades que les toca enfrentar en la vulnerabilidad de los diferentes contextos donde se desenvuelven, de manera específica en sus respectivas familias. Esta realidad cada día nos deja llenas de impotencia. Sin embargo, eso es lo que nos conmueve y empuja a ser un centro educativo que marque positivamente la vida de cada estudiante, ser un espacio diferente, que aliviana su peso. Ese dolor latente nos empuja cada día a ser un espacio donde no actuamos desde la pena, sino desde el respeto a sus derechos y su dignidad de persona. Nos mueve el deseo continuo de ser una escuela que se convierte en el espacio de siembra de semillas positivas en la vida de cada niño y niña. Nos mueve la esperanza de que tal vez no podamos percibir en el momento los frutos de la siembra, pero confiamos que la cosecha es segura.

 

Nuestra misión educativa se enfoca en lograr, en medio de esta realidad, un espacio de interculturalidad, solidaridad y acogida con lo diferente, donde los valores del respeto mutuo, la dignidad y la responsabilidad sean ejes que nos lleven a lograr la educación que queremos para ellos. Es un desafío, que lo vivimos cuesta arriba porque, muchas veces, el ambiente y las características de nuestro centro no nos permite realizar todo lo que quisiéramos hacer. Sin embargo, es la tarea diaria, vivir contracorriente; esforzándonos por transmitir una cultura de paz y diálogo. Hacer creíble el ideal, de que es posible vivir sin violencia, donde todos nos respetemos, todos asumamos nuestra parte de responsabilidad para lograr ese cambio que necesitamos.

Asumir en nuestras manos el deseo de cambio y, trabajar para hacer posible eso que queremos para nuestras vidas, es lo que la familia de Solher pretende transmitir a todos los que llegan a nuestro pequeño centro educativo.

El trabajo desde y con la familia es una opción irrenunciable que asumimos con cada niño y niña que pertenece a nuestra escuela, entendemos que no puede haber transformación real, si no se hace en conjunto familia y escuela. Esta labor es de las más satisfactorias, aunque también las más agotadora. Creemos en la formación integral que involucra toda la realidad de las niñas y los niños. Creemos en los procesos, a pesar de que algunos sean más lentos y otros más complejos que otros. Siempre tendrá sentido invertir energías y esfuerzos por lograr avanzar, un paso a la vez, en este arduo recorrido educativo.

La recompensa la tenemos todos los días, al ver los rostros de nuestros niños y niñas llenos de vida, con una luz de esperanza de que todo puede ser mejor para ellos, para sus familias.

Solher a nivel de planta física, es pequeño, pero la labor cotidiana es significativa. Nos alegra el ver que somos como esa casa pequeña y acogedora donde cabemos todos y todas: personal del centro, niños y niñas, su familia y la comunidad.

María Toribia y Denia,

parte del Equipo de Gestión de Solher.

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