Dios no tiene que perdonarnos ni condenarnos. Somos nosotros los que tenemos que actuar en coherencia ante Dios, ante los demás y ante nosotros mismos.
En el evangelio tanto el Publicano como el Fariseo fallan. El Fariseo por sentirse “lo máximo” y despreciar a los demás. El Publicano por sentirse pecador y pensar que Dios está tan lejos de él por su pecado. También nosotros fallamos porque sabemos alabar al bueno y criticar al malo, y Dios es el mismo para todos. Dios no está alejado de ninguno, pero el Publicano reconoce que la cercanía de Dios es debido a su amor incondicional y a pesar de sus fallos, y por eso él está más cerca de Dios, a pesar de su pecado. El Fariseo cree que Dios tiene la obligación de amarle porque hace todo bien y lo hace con mucho esfuerzo. Se olvida que todo lo bueno que hay en nosotros nos viene de Dios. Nos cuesta corresponder a Dios de manera adecuada, pero nos queda la opción de reconocer nuestros fallos, pedirle perdón y agradecerle con toda el alma que nos siga amando a pesar de todo.
EN RESUMEN: No tengo que ser bueno para que Dios esté de mi parte, porque Él me quiere y no me falla como yo lo hago con Él. Seamos más agradecidos fallándole menos y tratando de imitarle. “Cuando te sientas triste por tus fallos, descubre que Dios es siempre el mismo para ti, y que tú eres único, irrepetible, necesario para el mundo y para Dios”.