Carta N°2 a Jesús sobre mi Experiencia de Crisis y Conversión

Querido hermano Jesús de Nazaret, es un gustazo saludarle.  ¿Me recuerdas? Claro, cómo no se vas a recodar de mí si cada una de nosotras, las personas, estamos siempre en su mente. Soy Teresa Ngoie Mbula, la religiosa congoleña, Misioneras Dominicas del Rosario, que le escribió el otro día compartiéndole sobre mi Experiencia de Acompañamiento. Hoy quiero compartirle sobre otro tema de mucho interés para mí, las Crisis y la conversión.

Quiero decirle de entrada que la conversión y las crisis andan de la mano, porque una crisis aceptada como tal nos lleva a una conversión, a una nueva manera de ver las cosas y las personas. Pues, según mi experiencia, puede observarse básicamente que, la conversión es una transformación interior que permite que Dios habite en nosotras de una manera radical y tranquila, dándonos paz y alegría.

Refiriéndome a las crisis, puede decirse que estas últimas, suponen momentos de pérdida y dolor, que me incapacitan momentáneamente para disfrutar de la vida y conectar con el placer y el bienestar que nos ofrece la vida. He pasado momentos de crisis profunda y dolorosa cuando salí de la congregación; había momentos que me decía: no lo voy a superar nunca, estoy en un callejón sin salida. Era horrible, me sentía rota, desgarrada en pedazos y no tenía ganas de nada que no fuera llorar. Me sentía como si todo el mundo estuviera contra mí y sobre mí, y que no tuviera ningún sentido seguir adelante. Era incapaz de darme cuenta de que todas esas emociones y sentimientos dolorosos que se reflejaban en mí eran como aguijones que irían transformándome en una persona más fuerte y más sabia.

Una de las cosas que aprendí de mi experiencia vocacional fue el hecho de que todos pasamos por crisis, pero la aceptación de ésta es el motor, la energía para encontrar la fuerza interna para coger la vida en las propias manos. La aceptación de que las cosas y las personas son como son, lejos de hacerme sentir más frustrada y tomar una mala decisión al calor de la emoción, permite hacerme más fuerte.

El inicio de la conversión o de la transformación de la crisis es la aceptación de la realidad que hace a una misma protagonista de su situación; la crisis exige innovación, reinvención, escuchar nuevas formas de pensar y hacer, mucha valentía en la toma de decisiones, actuar para conseguir determinados objetivos, y evaluar los riesgos para no equivocarnos. Se trata de reconstruirnos de nuevo. Así creo que, ante la crisis es importante escucharnos, escuchar a los demás, sobre todo, a los que no piensan como nosotros. Esta última escucha, nos ayuda a dejar lo que hacíamos y construir algo nuevo, con nuevas perspectivas y nuevas posibilidades. Es aquí donde podemos comprender que las crisis tomadas con seriedad, son oportunidades que nos ayudan a crecer en la fe, espiritualmente y a revivir nuestra vida a la luz de una mayor conciencia y amor a Dios y a los demás.

A pesar de lo anterior, quiero confesarle que no es fácil entrar en contacto con la crisis, ya sea propia o ajena, y derramar las lágrimas necesarias que ayuden a cicatrizar las heridas. Tampoco es sencillo concederse el tiempo necesario, el que una necesita para avanzar por este proceso, pero las personas cercanas te animan a olvidar rápidamente y ponerte bien cuanto antes. Estoy segura partiendo de mi experiencia que la crisis enseña a confiar en la vida, a hacer la experiencia de la perplejidad del laberinto de la vida y mantenerse firme en la tenebrosidad del desafío. Pues, la vida es imprevisible, no la podemos calcular detalladamente como en una agencia de viajes, es necesario hacerlo con la voluntad de Dios y los demás. Y es aquí donde la conversión y el acompañamiento espiritual nos vienen mejor para poder aliviar nuestro dolor, nuestra crisis; para llegar a convertirnos, perdonarnos y perdonar a los demás.

En mi breve experiencia pude comprender que la persona que busca acompañamiento y conversión está llena de experiencias de crisis y de alegría; lo que busca es responder a Dios de manera auténtica y con todo su ser, para encontrar sentido a sus experiencias de dolor y quebranto. La persona que entra en este proceso está tratando de entender las cosas imposibles que Dios está realizando en su vida, y asume el riesgo de abrir su vulnerabilidad confiando en Dios a través de la presencia del acompañante espiritual. La presencia sanadora de Dios en el espacio del acompañamiento espiritual y en la conversión nos toca y nos sana para poder iniciar una nueva vida en El. Cuando tomé con seriedad eso, me permitió una conversión total en mí ser al punto de regresar en la congregación.

Querido hermano Jesús, no sé cuáles son las palabras adecuadas para agradecerle lo suficiente por el tiempo que va a emplear en leer mis cartas; por lo menos quedo a la espera de noticias suyas en la vida, le mando un cordial saludo.

Teresa Ngoie Mbula

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