Querido padre

Afectuosamente me dirijo a ti, con un sentimiento de admiración y de gratitud por la obra que habéis comenzado y que me dejas, no como herencia sino como préstamo, para hacerla llegar a las futuras Misioneras Dominicas del Rosario.

Padre, le escribo para transmitir, a través de esta carta, el aprecio que hago por tu acción misionera. Dios mío, que mi vocación sea vivida plenamente como la tuya, padre. Soy una hija más, de las muchas que hoy tienes esparcidas por el mundo, buscando la realización del proyecto de Dios, a partir de la experiencia y encarnación de tus pasos. También quiero pedirte el consejo de una hija que confía y espera profundamente los buenos consejos de su padre.

Padre, nací de ti y de ti llevo rasgos de sangre que hoy guían mis actitudes, pero hay momentos en los que siento como si lo que heredé de ti quedara en palabras muertas, palabras sin acción.

Padre, quiero ser como tú en mi experiencia, en mi acercamiento, en mi amor, en mi entrega, en mi intimidad, en mi donación a Dios y a mis hermanos y hermanas. Ayúdame desde mi buena voluntad a ser como tú, no me abandones, sostenme padre.

Padre, camina a mi lado, mueve mi ser, toca mi sensibilidad, dinamiza mi vida, impulsa mi corazón, hazme una misionera compasiva, con visión de presente y de futuro, sana mis heridas, ayúdame a dirigir mi vida al servicio de los nuevos Maldonados y de las nuevas Filipinas.

Padre, eleva mis ojos a los que más necesitan de mi consuelo, asegúrate de que tus huellas no se detengan y encuentren en mí la continuidad para continuar.

Te admiro y amo a mi padre.

Zândia Majope

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