Del acceso a la pobreza y otras accesibilidades

A inicios de mayo, el Instituto Nacional de Estadística Informática (INEI) del Perú publicó virtualmente las cifras de pobreza en nuestro país. Según los informes periodísticos y el mismo testimonio del Jefe de la entidad, la publicación se había retrasado por petición expresa de los altos directivos del gobierno, además que se subieron a la página Web sin conferencia previa alguna como estaba programado. La situación había sido muy bien pensada, pues ¿cómo comunicar, en medio de la desconfianza popular que la pobreza pasó de 20.0% a 20.9%, que hay 600.000 nuevos pobres y que estas cifras son más altas que en los crudos años de pandemia? 

 

Cuando se trata de comprender el fenómeno histórico de la pobreza suele decirse que obedece a diferentes factores que redundan en la palabra “accesibilidad”. Hay quienes no tienen acceso a servicios básicos, al servicio de la salud integral, al transporte y medios de conexión, a una variedad de alimentos que balanceen la dieta recomendable, al estudio, a la cultura, al trabajo y a un largo etcétera. Sin accesibilidades la pobreza aumenta. Pero hay una cuestión que, sin embargo, a alcanzado niveles de accesibilidad nunca antes vistos: el del acceso a medios de comunicación. Hace un par de días, escuchando una radio popular en nuestro país, una profesora llamaba con Internet desde una escuelita alejada de Puno. No hay telefonía, no hay fm, pero hay Internet. Yo también he comprobado cómo en lugares alejados de la Selva, donde no existen vías carrozables ni navegables, y se debe caminar en medio de resbalamientos y fatigas, sistemas de Internet han logrado llegar antes que el propio alumbrado eléctrico. Y nuestro grupo de misión pronto visitará la zona de la Reserva Kugapakori del Bajo Urubamba, vecina de poblaciones que han decidido vivir en aislamiento voluntario, y en las que se nos anuncia que también en ese lugar ya hay Internet. Los trámites para que nos dejen ingresar son muy protocolares, pero conexión ya hay. 

 

Nunca cómo antes, Internet está ingresando en la vida de todos y todas. Los más pequeños manejan un móvil mucho mejor que sus progenitores. Y los adultos mayores han aprendido por necesidad a usar las redes sociales, tanto que los jóvenes de la primera década de los 2000 abandonaron Facebook por plataformas en que no se sientan vigilados. Y cada vez se irán inventando más aplicaciones que confluyan en procesos de conexión interactivas que desafían a poblaciones enteras y que seguirán haciendo de Internet un fenómeno mucho más atraíble y más accesible que la propia salubridad, los servicios básicos, la alimentación, el estudio y un largo etcétera. 

 

Es cierto que Internet nos ofrece una abanico de posibilidades para la autodidáctica, que viendo tiktoks, reels, videos de Youtube o releyendo comentarios de publicaciones muchos encontraron respuestas a situaciones que algún educador no pudo ofrecer. Es cierto que Internet nos ha cambiado la forma de conocer, investigar, aprender, reaprender y replantearnos el mundo y los mundos individuales posibles, pero ¿no se han preguntado si estamos logrando salir de la pobreza social-económica que es una situación nacional y mundial visible y que requiere más accesibilidades que no sean solo las tecnológicas? Se han dado grandes saltos “de progreso” que han llegado hasta la Luna y buscan agua en otros planetas, en un planeta donde agua sí hay, pero no para todos. Como nuestros gobernantes, desconectados de las estadísticas, buscan autojustificar sus encubrimientos, ostentaciones y luchas partidarias, accediendo cada vez más a espirales de corrupción, ojalá las cifras desafiantes de este año puedan, más bien, a nosotros, nos conecten con nuestra realidad. 

Fr. Joel Alfonso Chiquinta Vilchez

Misionero dominico en el Bajo Urubamba

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