Estábamos en una mesa durante el almuerzo. Vi a la hermana Aurola venir de su mesa hacia nosotras y todos nos gritamos “mira, viene Santa Aurelia” y ella nos miró sonriendo. Luego fue directamente hacia la hermana Benedicta y comenzó a pelar su naranja y a verter leche en su tasa. Todas estábamos asombradas de cómo se aman y se cuidan unas a otras. Mientras los observábamos, nos dijimos que debíamos dejar que nuestras fotos fueran tomadas para esos mejores momentos.
Un día, sor Benedicta se quedó atrapada en el ascensor durante casi treinta minutos y todas estaban preocupadas por ella. Luego después de treinta minutos (30 minutos) llegó, todas corrimos a abrazarla y le preguntamos cómo estaba.
Ella respondió con una sonrisa: “Gracias”. Momentos después, vimos que todas nuestras hermanas mayores estaban alrededor de su mesa para acompañarla mientras comía. Viendo su testimonio de amor, recordé las palabras de Jesús en el Evangelio de Juan 13,35: “Sabréis que sois mis discípulos cuando os améis unos a otros”.
Qué hermoso ejemplo de amor y cuidado mutuo cuando estamos débiles o en dificultades. Todas nuestras hermanas mayores se quedaron con Sor Benedicta para consolarla en sus momentos difíciles.
No hablaron mucho y simplemente se quedaron a su lado. Cuando San Mateo estaba en problemas por sus pesadas responsabilidades y pecados, Jesús se acercó a él con amor y lo miró a los ojos diciéndole “Sígueme”. Mateo se sintió conmovido por esta amorosa invitación y lo dejó todo para seguir a Jesús.
El testimonio de nuestras hermanas mayores tocó mi corazón y abrió mi mente para reflexionar sobre el hecho de que sólo el amor nos une.
El alma pura y el corazón amoroso de nuestras hermanas de Madrid nos abrazaron a cada una de nosotras desde África y Asia en este continente europeo. A pesar de sus ocupaciones, todavía encuentran tiempo para darnos lecciones de español. Su amor y bondad son inconmensurables y siempre los recordaremos con cariño.