El encuentro con las hermanas y hermanos de las diferentes culturas produce dignidad cuando nos acercamos a ellos con respeto, amor, cercanía, admiración y deseo de aprender de sus grandes conocimientos ancestrales.
En la semana Santa, he tenido la dicha y el gozo de poder vivir, compartiendo vida y fe con dos culturas diferentes que comparten un mismo territorio en la selva: los Tsimanes y los Yucarés. Ellos han aprendido a convivir y a tomar sus decisiones conjuntamente, formando una única comunidad llamada Areruta muy organizada y participativa.
Ellos han sentido nuestra presencia, la de un matrimonio de animadores y mi persona, como un regalo. Para nosotros ha supuesto un enriquecimiento permanente y un motivo de agradecimiento al Señor por todo lo vivido, contemplado, compartido y celebrado.