Señor del oído atento, de la puerta siempre abierta, del regazo que nos acoge cuando regresamos con el alma rasgada. Señor, que habitas nuestra intimidad, porque nada de lo nuestro te es ajeno, moras en nuestra entraña y sintonizas con nuestro gemido. Tu escucha sana nuestra herida e ilumina nuestras sombras. Abrazas amorosamente cada suspiro, el susurro dolorido de nuestros pueblos. Nuestra plegaria unida a tantos gritos desgarrados, tanta humanidad crucificada. Son tus pequeños que hoy claman, que sólo en ti depositan su esperanza. Son las mujeres de Irán acalladas por su anhelo de libertad. Es el pueblo ucraniano despojado de su vida y territorio. Son los migrantes del mundo entero que sueñan una vida digna y en paz. Son las comunidades indígenas que claman por su derecho a existir. Son los gemidos de nuestra madre tierra explotada y lastimada. Son Haití y Nicaragua que se desangran por la opresión y la injusticia. Señor de la justicia, que nuestra oración nos comprometa en la escucha y la solidaridad activa. Que la comunión con los cuerpos sufrientes, con los gritos de nuestra humanidad, nos transforme, nos torne más compasivas y humildes. Amén.