MAYO 9

Después de una mirada global a nuestra realidad congregacional, etapa del VER, pasamos a la etapa de la ILUMINACIÓN. Un día para oxigenarnos, detenernos y abrir el oído y el corazón a la Palabra de Dios. Para este momento nos acompañó Fray Jesús Díaz Sariego, OP (presidente de la CONFER).

Inicia diciéndonos que estos días de discernimientos y toma de decisiones muestra que somos mujeres valientes, en camino. Cuando tomamos decisiones nos abrimos al futuro, tal vez son decisiones que no son del todo perfectas, pero tenemos la confirmación de que Dios va reconduciendo nuestras imperfecciones.

Con el trasfondo de las palabras de los profetas Jeremías (1, 4-9) y Oseas (2,22-24) nos invita a retomar el amor primero, a retomar esa experiencia de Dios que nos confirma el cuidado de Dios Padre-Madre que confía en nosotras.

Fray Jesús centró su reflexión en el cuidado:

  • Cuidado personal: de nuestra vocación; el cuidado de sí, no en el sentido narcisista, sino en el cuidado de lo que cada una tenemos de vulnerables; enraizar nuestras preocupaciones en Dios y su proyecto.
  • Cuidado de la comunidad: lo que necesita la congregación no son programas que construir, sino sueños que seguir. Los sueños generan vida. Nacer de nuevo. Sincerarnos, escucharnos, cultivar nuestra dimensión orante y la amistad.
  • Cuidado de la congregación: en el capítulo general se evalúa si vamos progresando o no, pero sobre todo se fijan procesos para reconducirnos a nuestro centro. Cuidar cómo nos relacionamos desde el poder, las normas de convivencia, la justicia, y sobre todo cultivar las relaciones de gratuidad.
  • Cuidado de la misión: la misión necesita de una contante tensión/equilibrio entre la novedad de la profecía y el poso que deja la sabiduría. Los cambios que llegan los asumimos por fidelidad no por necesidad. Jesús se entrega por fidelidad ante la necesidad.

Resaltaba también la estrecha relación que existe entre vida y misión en la vida dominicana; ambas se influyen y enriquecen, cuando se aviva la misión se aviva la vida, y viceversa. Pero tenemos que tener cuidado de no contagiarnos del individualismo que nos hace separar vida y misión, buscando fuera lo que no logramos cuidar al interior de la comunidad.

Nos advertía de cuidarnos de la acedia espiritual, de la tristeza y cansancio espiritual. Tomar conciencia que el éxito de la vida consagrada es la humildad y nuestra propia conversión, y no los éxitos profesionales o pastorales. La misión, las funciones que ejercemos, nos deben llevar a ser mejores personas, mejores creyentes, si no, algo hemos hecho mal.

Santo Tomás entiende el cuidado como “epimeleia”, el cuidado que no nace de nuestra iniciativa, sino de la necesidad del cuidado del otro, como en la parábola del buen samaritano. El cuidado nos vincula con lo débil (de una persona, de un grupo, de la congregación). También citaba Erich Fromm que conectaba el cuidado con el amor evangélico, “el amor es la preocupación activa y el crecimiento de lo que amamos”.

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