Una espesa tiniebla cubre nuestra tierra. La noche se quiere adueñar de la obra luminosa de tus manos. De rodillas clamamos a tí, Oh Dios de la Vida.
El tejido frágil del existir es amenazado por los poderosos. Nos quieren convencer que ya no hay futuro, ni horizonte para los pequeños de la historia. No hay mañana para los guardianes de la madre tierra. Que las periferias son invisibles, y que el capital es la única realidad posible.
Oimos los pasos silenciados, de los migrantes e indígenas de las mujeres y los niños de los jóvenes que despertaron. Con sus pies encallecidos y su terca esperanza se abrazan al Dios de los caminos. Oimos el gemido de la madre tierra Los árboles cuentan su dolor y los ríos susurran un lamento.
Y desde el silencio más profundo, desde la entraña de nuestra América morena, resuena la fuerza desbordante del Amor, hecho comunidad, nudo, alianza. Mesa compartida, Palabra orada y cantada Solidaridad organizada. Nadie lo puede detener, brota libre y alegre danza y resucita, levanta y reanima.
Amor nazareno, que nos envuelves con tu abrazo de ternura Sostienes las pesadas cruces de mi pueblo. Acompañas su peregrinación, no hay dolor que no comprendas, Ni herida que no cures. Eres centinela de la pequeña llama que se enciende en todo corazón humano. Fortalece Señor, nuestra andadura de predicadoras en comunión con todo lo bello, verdadero y bueno que eres tú y tu Reino.