EXPERIENCIA PASTORAL EN EL PROYECTO “CASA MATEO 25”

Este proyecto tiene como objetivo acoger a las personas sin casa que viven en la calle, ofrecerles una comida diaria y orientarles hacia alternativas de rehabilitación.

 

La Nunciatura Apostólica inició este proyecto, pero fue corresponsable de las diferentes Congregaciones religiosas, parroquias y laicos de la Arquidiócesis.

 

Diariamente se ofrecen servicios de higiene personal para todos los usuarios que se presenten y requieran este servicio, en las instalaciones del proyecto.

 

También podrán disfrutar de una comida diaria distribuida en rotación por cada una de las instituciones que forman parte del proyecto. Sin embargo, se ofrecen varias actividades para quienes deseen salir de la situación que están viviendo:

 

  • Se canalizan a otra institución especializada en el caso de dependencia de drogas o alcohol.
  • Reintegrados en la familia tras un proceso realizado en colaboración con los servicios de Acción Social del área
  • Poder participar en cursos cortos profesionales para que puedan incorporarse al mercado laboral después de su rehabilitación
  • Pueden tener atención psicológica y espiritual.

 

En esta Casa del Proyecto “Mateo 25”, inicié mi experiencia pastoral el 15 de marzo de 2021, y se me propuso que mi colaboración pudiera ser en varias tareas entre ellas:

 

Acompañaba a los usuarios “bros” que van al baño y lavan su ropa y con eso les daba jabón y contraseñas que les permitían entrar por la tarde a comer.

 

Sobre todo, escuchaba sus historias: cómo llegaron a la calle, cuánto tiempo llevan allí, por qué, cómo empezaron y cuáles son sus vicios.

 

Los “bros” internos, pero ya en portugués, practicaríamos la lectura e interpretación de textos y verbos. Pero también colaboré en todo, siempre que me pidieran.

 

Durante este tiempo tuve la oportunidad de aprender a abrirme y dar la bienvenida a la gente un poco más, que muy posiblemente si iba en otro sitio no cambiaría más palabras que un simple saludo. En los “bros” que vienen de la calle descubrí en ellos un deseo, una búsqueda del sentido de la vida, la preocupación que llevan por deshacerse de las drogas, vivir en un lugar seguro, cálido y con comida y eso me ayuda a valorar lo que tengo.

 

Muchos de ellos por falta de comprensión en el hogar, discusiones constantes con sus padres y hermanos, la mala compañía con la que estaban involucrados, el desvío de las cosas del hogar por adicciones, que son el principal motivo por el que deciden irse de casa.

 

También hubo casos de hermanos que vivían con sus tíos, padrastros y abuelos y cuando perdieron la vida, los expulsaron de la casa, porque supuestamente eran menos legítimos.

Son historias que no pocas veces me escandalizaban, mirando a un joven que podía dar mucho a nuestra sociedad, todo entregado a los vicios, preguntando muchas veces que su edad no se correspondía con su apariencia.

 

Algo que también me conmovió fue ver que algunos de ellos eran portadores de VIH / SIDA, al menos dos de los cuales hablé que también son adolescentes hacen el esfuerzo de recoger latas y botellas para vender, si no, recogen comida por acostados en el contenedor de basura, para que puedan medicarse.

 

Toda esta experiencia me hizo pensar en lo frágil que es la vida. Siempre tuve la idea de que los que viven en la calle están locos o son “moluene” (palabra que en el idioma local significa “holgazán”) sin embargo me aseguré de que no es bueno pensar así, a algunos les faltaba suerte y oportunidades, y otros tomaron malas decisiones y ahora necesitan apoyo.

 

A veces me sentí impotente mientras que en otras me sentí feliz no por haber hecho algo especial, sino por haber dicho una palabrita sin esperar, sentí un gran efecto y me dieron ganas de estar con ellos nuevamente.

 

Y eso me ayudó a ser un poco más sensible y considerada, a no tener prisa por escribir las historias de cada uno, a saludarlos por su nombre, a interesarme por saber cómo estaban, qué hacían durante el día, si dormían en el mismo rincón.

 

Un episodio que me dejó una marca en la que me sentí mal por un momento, pero sirvió como una oportunidad para revisar mis actitudes, cómo puedo tener la tentación de verme o sentirme superior a los demás, al referirme a la comida del día anterior, dije.: “Hoy no nos sobra comida”. Y su corrección fue esta: “Lamento que no puedas decir eso, como si fuera algo sin valor; pero di que no tenemos desayuno para hoy”. Inmediatamente me disculpé y me corregí.

 

Fue un tiempo que me permitió un crecimiento interior y una alegría, pensar que estos son los pobres de Dios y quiere para ellos manos disponibles para servirles con sencillez y gratuidad.

Siento que aprendí mucho más de lo que podía ofrecer.

 

Vânia Mário Machuza
Comunidad de formación
Mahotas. Maputo

 

 

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