Yo siento a Dios de otro modo
- Hnasmdro
- junio 28, 2021
- Experiencias MDR
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El aporte propio de la experiencia femenina a la espiritualidad nace y se desarrolla en el seno del pueblo pobre y cristiano. En ese regazo se alimenta, en él recibe luz, calor y compañía. Desde él cuestiona lo que pudiera quedar de tinieblas, frío y separación en nuestra vieja manera de vivir la fe.
Cuando hablamos de perspectiva femenina estamos entonces aludiendo a un acento y no planteando una polarización. Con todo, el acento debe ser suficientemente subrayado, como justa reivindicación de aspectos silenciados o desatendidos en la común manera de hablar. A este respecto me parece muy sugerente la frase que José María Arguedas pone en boca de Matilde, esposa de Fermín uno de los hermanos y protagonistas de la novela Todas las Sangres: “Yo siento a Dios de otro modo”. Esta frase reivindica el derecho de sentir de distinta forma, y consiguientemente de expresar también de otra manera nuestra particular experiencia de Dios.
La espiritualidad, una manera de vivir, es también una manera de seguir a Jesús. El Evangelio de Lucas nos dice que junto con los doce a Jesús le seguían algunas mujeres. Si hubiera que ir avanzando algunos rasgos de este estilo nuestro de seguirlo, me fijaría en dos muy generales pero que considero fundamentales: la mujer tiende a vivir las cosas en forma unitaria y a valorar lo cotidiano evitando sobrestimar los momentos aislados.
En ambas características tendríamos como una “natural predisposición” para entender la espiritualidad como estilo global, que no deja fuera ninguna dimensión ni faceta de la vida. Las nuevas generaciones marcan esta exigencia con mucho énfasis.
Trabajar los acentos propios nos pondrá pues en disposición de dar nuestro aporte a toda la comunidad, ésta se ira fortaleciendo como comunidad de discípulos en el diálogo de dar y sentir. Por eso señalaba antes que no se trata de una polarización, sino de subrayar algunos aspectos.
Las tres partes de esta exposición pretenden, pues, resaltar otros tantos aspectos de la espiritualidad femenina.
- El sufrimiento como definición de la situación de mujer latinoamericana de los sectores más pobres.
- La fortaleza que la define fundamentalmente como mujer de temple.
- Y la capacidad de acción de gracias en que se expresa y potencia la rica espiritualidad que la anima.
- Soy una mujer que sufre
Las mujeres de los sectores populares de América Latina como Ana en el templo de Silo (Cfr. 1Sm. 1, 10-16), con el alma llena de amargura, lloran a todo llorar ante el Señor. Son mujeres que sufren.
1.1. Doblemente explotada
Puebla nos habla de la mujer de los sectores indígenas, campesinos, obreros y marginados de la ciudad. Habla de ella con fuerza, como “doblemente oprimida y marginada” (n. 1135, en nota). Nuestra experiencia de trabajo y cerca a esos sectores nos confirma la verdad de esa afirmación.
La mujer de los sectores pobres sufre mucho y llora su situación. Habita un mundo que le es extraño. A ella se le arranca de la tierra (para la mujer de los Andes, la cálida y querida pacha-mama) se le priva de escuela y del idioma, de sus vestidos típicos y de sus hijos, de su esposo y hogar de la comunidad.
Si la pobreza es muerte son muchas las muertes que debe afrontar en su vida la mujer pobre. La muerte del hambre, de la enfermedad, de la represión, de las tradiciones y de su más profunda feminidad.
1.2. El reclamo por la vida
En una bella oración que pude escuchar en un barrio donde asistí a la Celebración del Señor de los Milagros en Lima, una mujer se dirigió al Señor pidiéndole, desde el propio sufrimiento, la salud y la vida para sus familiares, para los huérfanos y viudas del país y en especial para la zona de Ayacucho donde hay tanto dolor y muerte. En efecto, para la mujer, partir de sí y de su propio sufrimiento no la deja encerrada en él. Al contrario, siente el llamado a salir del individualismo a la experiencia comunitaria. Como la mujer de la anécdota referida, muchas mujeres de los sectores pobres van pasando de la experiencia de pobreza y necesidad a un servicio a la comunidad que se expresa también en el compromiso en organizaciones encaminadas fundamentalmente a defender la vida.
En medio de esas vivencias cobra un nuevo sentido la experiencia del Dios de la Vida porque se va haciendo una exigencia pasar del individualismo a la actitud comunitaria, en medio de la cual se sienten valoradas y van apreciando la propia vida y experiencia. Esto se constituye así en anuncio convincente del mismo Dios vivo que ha querido que tengamos vida en abundancia.
1.3. Consolad a mi pueblo
El saberse doblemente explotada no sume a la mujer del pueblo en el solipsismo, la apatía o la desesperación.
Aunque es verdad que puede tener el peligro de convertir su religión en una dimensión alienante y refugiarse en ella para llorar su dolor, el hecho de abrirse al dolor de su pueblo le hace vivir una comunión en el sufrimiento de otros que la lleva a trascender el propio, para sembrar esperanza y alegría en los más pobres.
José María Arguedas, tan atento en sus obras a los diversos matices de la psicología femenina, logra una descripción magistral de una pobre india jorobada:
. . . la Gertrudis igual que ángel canta. . . Aunque no conociendo a Dios de Dios es. ¿Quién, si no, le dio esa voz que limpia el pecado? Consuela al triste, hace pensar al alegre; quita de la sangre cualquier suciedad (. . .) Dios de los señores no es igual hace sufrir sin consuelo.
En nuestro pueblo hay muchas Gertrudis que cargan su sufrimiento y le renuevan con un consuelo que les viene de una espiritualidad vivida como fuerza liberadora. Consuelan al pueblo contribuyendo a liberarlo tal como lo quiere Isaías (Cf. 40, 1). (Testimonio de María Elena).
La alegría que vence sobre el sufrimiento, que no se doblega a pesar de los dolores, la persecución, el hambre, la muerte y el martirio, van dando esa nota de una espiritualidad pascual que consuela al triste y hace pensar al alegre.
- La mujer fuerte ¿quién la hallara?
2.1. ¿Un ideal concedido por el hombre?
El libro de los Proverbios nos pinta la imagen de la mujer “ideada” por el hombre, “la perfecta ama de casa”. Según el título de la Biblia de Jerusalén. Más allá de lo que en la descripción puede haber de proyecto masculino nos interesa fijarnos en el apelativo de “fuerte”. Una fortaleza que es propia del hombre como se ha querido hacernos creer como cuando se nos dice “tal mujer tenía ánimo varonil”…
La mujer latinoamericana se va forjando un temple que le permite persistir, a pesar de la pobreza y el sufrimiento en la lucha por la vida y el amor, en la solidaridad y el servicio.
Las pinturas religiosas de la crucifixión nos entregan una María erguida apurando el cáliz del sufrimiento al pie de la cruz. Esta mujer fuerte es el ejemplo de tantas otras que, cargadas de hijos y dolores, cargan también la cruz del pueblo pobre y le ayudan a caminar. En ese calvario compartido la mujer se va haciendo fuerte e inspira fortaleza a sus compañeros de camino.
2.2. En el amor no hay temor
Pero hasta llegar a esta experiencia humana y espiritual, la mujer debe superar no uno sino muchos miedos: romper la costumbre que se ha hecho hábito inveterado en ella de callar y aguantar, luchar contra unos temores interiorizados en los que creció desde niña: “no valgo, no puedo, no sé”.
Llamado a seguir al Señor la pone en vías de conversión. Se trata de una conversión a la solidaridad. Romper con una historia de humillación personal para ir abriéndose a un caminar en libertad. Es la historia que recorren tantas trabajadoras de hogar convertidas, tras años de vejaciones y opresión, en mujeres libres y solidarias. Y la historia de tantas madres de desaparecidos que, en éste y otros países del continente, emprenden una búsqueda en la que no les frena la represión exterior ni su “debilidad” interior.
La experiencia que permite superar el temor es aquella profundamente espiritual del amor. Hay una relación estrecha entre amor, perdón y libertad. Tal como le dijo el Señor a Simón a quien mucho se le perdona, mucho ama. Y el que ama mucho pierde el miedo.
2.3. La mujer en comunidad
Pasar de la soledad a la comunión es obra del amor. Pero el paso no se hace sin dificultades. María después de haber dado su fiat al Padre, experimentó el abandono en la no comprensión de los planes de su Hijo. La meditación que tuvo en el silencio su corazón, le permitió abrirse a la comunión con su Hijo en la cruz.
Meditar las cosas con el corazón y abrirse plenamente a la comunión son los dos polos que mantienen la sana tensión de la fortaleza femenina dentro de la Iglesia y en la propia espiritualidad.
Catalina de Sierra que supo dialogar continuamente con el Señor, se abrió también a las exigencias de los hermanos hasta la interpelación de los pastores en búsqueda de una comunión siempre más plena.
Este es el papel de la mujer en la Comunidad Eclesial. En la búsqueda de una espiritualidad más honda, con un encuentro con Cristo más personal acontece el envío a los hermanos tal como leemos que fue enviada María Magdalena después del encuentro con el Resucitado. La riqueza del mensaje que le damos a la comunidad dependerá en gran medida de la profundidad de nuestro diálogo con el Señor y éste se enriquecerá también si en la soledad logramos meditar los desafíos, cuestionamientos y dones que la comunidad nos aporta.
Abrirnos a la comunión es el gran llamado, nuestra aspiración mayor y a la vez un desafío. Sólo realizando esa aspiración encontramos que la comunión nos vale siete hijos como las mujeres, en el libro de Ruth, le dicen a Noemí de la comunión que Ruth la Moabita le ofreció. Sólo en comunidad logramos superar el miedo que atenaza nuestra vida. Y sólo en comunidad viviremos la solidaridad a la que somos constantemente llamadas por el pueblo y el Señor. Como María podremos dar respuesta plenamente humana a la Palabra del Padre que nos llama más allá de nosotras a la plenitud de la comunión.
- Engrandece mi alma al Señor
La oración es dimensión infaltable en una espiritualidad que quiera ser sólida. Sin ella no hay vida cristiana. Teresa de Jesús definió la oración como un trato de amistad con quien sabemos nos ama. Tomada como referencia la experiencia del amor humano podemos comprender más profundamente cuál es el lugar de la oración en nuestra vida.
3.1. El estallido de la Palabra
El Magníficat de María, oración de una mujer del pueblo, creyente y madre, es paradigma de nuestra oración. Todas sus dimensiones de mujer quedan recogidas y expresadas en ese canto de gratitud y humildad, de solidaridad y esperanza, amor y de fe.
El tiempo de silencio en que María vivió después de la visita del ángel fue tiempo fecundo, de meditación y compromiso. Tiempo de plenitud la visita a Isabel, expresión de solidaridad y servicio dio contexto apropiado a su estallido de gratitud y alabanza. Siempre el silencio es plenitud cuando es presencia activa a cada uno de los demás y a Dios; la palabra que lo prepara sirve otras veces para hacerlo estallar en comunicación jubilosa. La liturgia de la Navidad nos recuerda que cuando un profundo silencio reinaba en toda la tierra se dejó oír la palabra eterna de Dios, como un llamado de plenitud. Gracias a la Palabra hecha carne la cercanía de Dios cobra una proximidad inusitada para nosotros.
El ámbito de las celebraciones litúrgicas en las comunidades populares se vuelve con frecuencia escenario de las más bellas oraciones que rompen el habitual silencio femenino. Allí encontramos con frecuencia “maestras” de una oración que, como la de María, se inscribe en el marco de la historia de la salvación del pueblo y dentro de él agradece los dones personales recibidos gratuitamente del Señor y confiesa su fe y su esperanza en el Dios que libera.
3.2. Bendito seas, Señor, porque me has hecho mujer
Dice Paul Eudokimov que una antigua oración judía rezaba así: “bendito seas, Señor (Adonai), porque no me has creado mujer”.
Y cuando Teresa de Jesús escribe sus obras de espiritualidad y oración se ve “presionada” una y otra vez a hacer referencia a su condición femenina pidiendo disculpas. . .
Son muchas las secuelas que esta manera de sentir y de orar ha dejado en una espiritualidad que como estilo de vida global debe enfrentar también un machismo esclavizante y paralizador de los dones y creatividad femenina.
Darle gracias al Señor porque nos ha hecho mujer implica haber asumido totalmente nuestra identidad. Supone también reconocer las capacidades que podemos y debemos desarrollar. Significa reconocernos poseedores de muchas gracias, gracia sobre gracia, de todo orden recibidas del Señor. Y todo ello en un clima de humildad que reconoce la fuente de todos esos regalos en el Señor.
Entre ellos destaca uno del que nuestro pueblo tiene especial necesidad. Somos para él sacramentos de la ternura de Dios, sin arrogarnos la exclusividad de esa revelación nos sabemos poseedores de sus tesoros. Es difícil que una madre se olvide de su hijo. A veces esto se da. El Señor no se olvida de nosotros. Pero El hace también que cuando una mujer se olvida de sus hijos surjan en el pueblo otras muchas que recogen “un hijo más”, el abandonado, el solo, el enfermo, para añadirlo a los desvelos de su corazón y compartir con él el pan calentito de su cariño.
La ternura femenina se vuelve así en reveladora permanente de esa fuente de gratuidad y cariño que es el amor del Padre. Juan Pablo I supo expresar en frase feliz que Dios es Padre y es también Madre.
En este contexto se plantea también para nosotras una forma nueva de vivir el amor como un servicio eficaz. Nuestra eficacia no estará “aprisionada” por los parámetros que vienen de la política. Estaremos en condiciones de desarrollar la eficacia propia de lo gratuito y de recoger frutos de un amor que se siembra donde no había amor. Como Judit (Cf. cap. 8) podremos proclamar que a los planes del Señor no se les pone condiciones, seguras de que El está por encima de nuestros cálculos y proyectos, con amor y poder para rebasarlos continuamente y siempre que quiera.
Por este camino, redescubriremos también el valor de los “símbolos” como posibilidades de encuentro profundo con la realidad, con las personas, con el Señor. Más allá del mundo susceptible de ser expresado en categorías racionales y abstractas, hay un universo de significaciones profundas que sólo puede manifestarse con un lenguaje simbólico y delicado. En este universo nunca terminamos de profundizar en el sentido de las cosas, ellas aparecen siempre nuevas y convocantes.
El lenguaje simbólico es más apropiado para la comunicación de las cosas importantes, aquellas que son invisibles a los ojos. El nos pondrá también en condiciones más favorables para que nuestra oración y nuestras celebraciones litúrgicas lleguen al Señor y a la comunidad recogiendo la multiforme riqueza de su creación.
3.3. Infancia espiritual
La humildad es la actitud que puede acoger esa rica experiencia de gratuidad con que el Señor nos regala. Solo desde una experiencia de ese tipo podemos, como Teresa de Lissieux, cantar el amor del Señor en nuestras vidas.
La actitud de infancia espiritual nos hace depender del Señor como la esclava que está pendiente de los ojos de su señora; como el niño en los brazos de su madre están en mis brazos mis deseos, nos dice el bellísimo salmo 131. El corazón ambicioso y los ojos altaneros, las pretensiones de grandeza desmedida quedan desterrados como actitudes ajenas a una espiritualidad centrada en el amor.
Necesitamos aprender esta lección cada día. Teresa de Jesús se refería varias veces a la importancia de la experiencia propia en el acompañamiento espiritual:
. . . en todo es menester experiencia maestro, porque llegada el alma a estos términos, muchas cosas se ofrecerán que es menester con quien tratarlo; (. . .) creo que hay pocos que hayan llegado a la experiencia de tantas cosas; y si no hay, es por demás dar remedio sin inquietar ni afligir. . .
(Libro de la Vida 10,8).
Entre las mujeres humildes y sencillas de nuestro pueblo encontramos a nuestras maestras de esta espiritualidad que se revela a ellas y queda encubierta a los sabios y entendidos.
- Conclusión
4.1. Un estilo de vida
La espiritualidad que nos preocupa y a la que queremos aportar es justamente ese estilo de vida de mujeres que caminan “entropadas” con el pueblo, según la expresión de José María Arguedas, en seguimiento de Jesús.
Es un camino de libertad; por eso la calidad de nuestra espiritualidad puede preciarse por la hondura de nuestra experiencia de libertad. Una libertad, sin embargo, que se realiza en la entrega y el servicio por amor a los hermanos. Crecer en la fe, en la esperanza y el amor, tales son las referencias de una libertad que no existe para consumo personal, sino que apunta a la plenitud del amor. Por eso es una libertad que recibimos como un don de hijo: Solo si él nos da ese don seremos verdaderamente libres y solidarias. Los rasgos propios de este estilo de vida se van perfilando en el camino y nos van dando mujeres que se convierten para ser más profunda su solidaridad con los pobres; mujeres alegres a pesar del sufrimiento que no seca la fuente de su alegría, mujeres humildes que se abren a la comunión desde su propias experiencia de soledad, que enriquecen aquella con los dones recibidos de manera gratuita y que aprenden a dar gratis lo que recibieron de ese modo. Mujeres responsables de su papel en la historia que descubren el valor y la eficacia de todo lo gratuito. Mujeres cálidas, acogedoras, creativas para acercarse al Señor y a los hermanos de mil maneras inéditas.
4.2. Al estilo de María
Cuando llamamos a María la primera discípula no le estamos restando méritos a su maternidad divina ni al lugar privilegiado que Dios le otorga en la historia de la salvación. Redescubrimos su papel dentro de la Iglesia y en nuestra propia espiritualidad.
María nos acerca al Señor por cuanto en ella encontramos el modelo acabado de la fidelidad a su palabra. Es la discípula que escucha y pone en práctica la voluntad del Señor. Y n esto radica la bienaventuranza de su maternidad, como nos lo hizo notar Jesús (confróntese Lucas 8,21).
Mujer de un pueblo, creyente y madre, María deviene para nosotras compañera de camino en seguimiento de su Hijo. Así nos lo enseña también la piedad mariana tan arraigada en nuestro continente. Por ello podemos reclamar para nuestra espiritualidad ese apelativo; en el mejor sentido de la expresión nuestra espiritualidad es mariana.
4.3. El aporte femenino
La espiritualidad cristiana se enriquecerá profundamente cuando todos desarrollemos los talentos recibidos del Señor.
A nosotras corresponde recibir y enriquecer el caudal de una espiritualidad que nace dentro del pueblo pobre y creyente y se alimenta con el testimonio de tantas discípulas como en el continente van haciendo cada día la experiencia de ese camino de seguimiento de Cristo.
Tenemos algo propio que entregar a la comunidad cristiana y debemos hacerlo con un lenguaje adecuado. Nuestro aporte, los acentos que marcamos, vendrá a ser complementario del que dentro de la Iglesia van señalando los discípulos.
A nosotras nos toca abrevar nuestra espiritualidad y teología en la fuente que emana de aquellas que llamamos antes nuestras “maestras en espiritualidad”, tal como nos recomienda el Libro de los Proverbios: “bebé el agua de tu cisterna, la que brota de tu pozo”.
Consuelo del Prado