En la primera lectura encontramos la ternura y misericordia de Dios: “escribiré mi ley en sus corazones, yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo”.
Una ley que es AMOR, que está inscrita en nuestros corazones y que es nuestra esencia más plena y más real.
En el Evangelio Jesús dice: “si el grano de trigo no cae a tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto”.
Este morir no es físico, sino una invitación a dejar nuestro ego, los sentimientos de “súper hombre”, “súper mujer”. Es “desnudarse” ante Dios y ante nosotros mismos, es soltar el egoísmo que es la cáscara que impiden que la vida germine.
Cuando el trigo cae a la tierra muere solo en apariencia, muere el caparazón para dar vida desde el embrión que es lo esencial, porque la vida está latente esperando la oportunidad para desplegarse. Igual pasa con nosotros, si nos quitamos nuestros ropajes nacerá la vida latente y se manifestará en el servicio a los demás.
Jesús nos invita a servir, pero por amor, no como esclavos. Se trata de dar la vida, día a día, en la entrega confiada a los demás.