RAMÓN ZUBIETA: UN PROFETA EN MEDIO DEL PUEBLO

Como Congregación, estamos celebrando el centenario de la vida de entrega de Ramón Zubieta, padre y verdadero profeta entre su pueblo. No podemos ocultar el tesoro que es, tenemos que predicarlo a los cuatro vientos, también porque, hoy como ayer, nuestro mundo carece de modelos de vida y de santidad comprometida.

Debo confesar que sólo “descubrí” a Ramón Zubieta en el Juniorado Latinoamericano, a través de nuestra querida hermana Cecilia Valbuena, porque hasta entonces era Ascensión Nicol quien me había cautivado y contribuido al despertar de mi vocación con los libros Flori y Una mujer que hace historia. Sólo en el juniorado tomé verdadera conciencia de que Ramón no era una figura secundaria en la historia de las Misioneras Dominicas del Rosario, y desde entonces estoy “enamorada” de su vida y misión.

Ser misionero fue su proyecto de vida desde el principio de su vocación. Por eso, aunque realizó y participó en muchas acciones, siempre se identificó como misionero. De esta experiencia central surgen los principios y las causas que guían su existencia y el motor de sus relaciones con los demás. Ramón Zubieta está a la altura de los grandes misioneros de América, incluidos los dominicos, pioneros de una evangelización profética encarnada en la realidad, como Antonio de Montesinos, Bartolomé de Las Casas y más recientemente Gustavo Gutiérrez.

Formó parte del primer grupo de misioneros dominicos del Vicariato de Santo Domingo de Urubamba y Madre de Dios en Perú. La antropología estaba aún en pañales y la evangelización de la población selvática se hacía desde la cultura exterior, pero Ramón, aunque con medios escasos y rudimentarios, emprendió su misión buscando ante todo estudiar la geografía y las culturas de los pueblos de la selva amazónica. Aunque era un hombre de su tiempo, tenía tal visión de futuro que hoy nos sorprende por su modernidad en la forma de responder a las necesidades del mundo en que vivía. Aprovechó los avances técnicos de la revolución industrial y los llevó al corazón de la selva amazónica. Dirigió la instalación de líneas telefónicas, mejoró las carreteras, construyó puentes, elaboró mapas de territorios desconocidos y zonas fluviales navegables, estudió la lengua de los indígenas, creó diccionarios, diseñó escuelas para enseñar juntos a los hijos de los caucheros ricos y a los indígenas nacidos en las tribus del interior, todo ello porque el amor siempre es creativo y Ramón tenía el corazón y la mente abiertos. Los misioneros cuando llegaron se convirtieron en defensores de los nativos y por ello cosecharon la enemistad de los “civilizados”. La principal fuente de ingresos del Urubamba era el comercio del caucho, los caucheros explotaban la zona lejos de la civilización y de las autoridades y apoyados por la fuerza de sus armas de fuego, perseguían a los nativos arrestándolos para convertirlos en esclavos en sus plantaciones de caucho. Las mujeres fueron grandes víctimas de estas correrías, además de ser secuestradas muchas de ellas fueron llevadas para la prostitución. Muchas de las autoridades locales se dejaron corromper y sobornar por los caucheros o comerciantes, recibiendo como regalo algunos de los nativos como esclavos. Pero no se dejó vencer y defendió los derechos de los nativos y acudió repetidamente a las autoridades, tanto locales como nacionales, para denunciar los abusos. Escribió: “Las misiones con sus respectivas escuelas pueden ser la mejor base y principio para los pueblos de estas regiones… los salvajes saben muy bien que el misionero no será su jefe o amo, sino su padre amoroso, que los protegerá contra todos los abusos a los que están sometidos en muchos lugares, donde no hay más autoridad ni ley que la de la fuerza bruta”. Ramón no se limitó a denunciar y exponer las quejas de los nativos, sino que también propuso soluciones al problema. Misionero con una espiritualidad encarnada, la alimentó en sus experiencias misioneras, que estuvieron marcadas no sólo por las dificultades y el dolor, sino también por una gran alegría y una profunda felicidad. Fue un explorador y un ilustre científico; pero el motor de todas sus acciones fue el amor a Dios y a los seres humanos. Supo descubrir la presencia constante y amorosa de Dios en los acontecimientos y en las personas. Para él, por tanto, organizar la Iglesia en la selva implicaba una nueva forma de entender, de actuar y de evangelizar. Su ingenio y su amor por la gente le hacían acercarse a ella como un amigo, revelando una enorme humanidad y respeto por la persona humana. No es de extrañar que Ramón Zubieta, como otros misioneros de vanguardia, haya sido pionero de una nueva evangelización, que parte de la realidad concreta de la gente y trata de responder a ella. La urgencia de la misión, la necesidad de la gente de la selva y la disposición de las religiosas a partir, contribuyeron a que se convirtiera en líder y animador de un grupo de mujeres abiertas al Espíritu, que aceptaron la aventura de ser misioneras. Tanto Ascensión como Ramón eran personas conscientes de la realidad de su tiempo y deseosas de contribuir, con lo que estuviera a su alcance, a que el mundo se convirtiera realmente en el Reino de Dios. Las primeras MDR descubrieron su capacidad para afrontar los peligros inherentes al compromiso que asumían y que era considerado una locura para la sociedad y la Iglesia de la época. Su valentía y capacidad de riesgo fueron admiradas por el obispo Zubieta, quien se refirió a ellas como: “estas heroínas han llegado donde ninguna mujer ha podido llegar antes”. También reconoce que la Madre Ascensión Nicol es el alma de la Obra: “Veo que su Obra es de Dios. Tengo mucha fe en ella y espero que sea la salvación de las misiones a través de la educación de las mujeres, algo que es absolutamente necesario y que no podemos hacer”. Su vida culminó con la cofundación, junto con Ascensión Nicol, de la Congregación de las Misioneras Dominicas del Rosario, el 7 de octubre de 1918, día de Nuestra Señora del Rosario. Una obra creada con amor, acompañada de cuidado y realizada con optimismo y esperanza. En los misioneros la fe brilló como un rayo luminoso, confirmando que la formación y evangelización de la mujer de la selva era la base para la transformación de la familia y la sociedad. El sueño de Ramón Zubieta estaba asegurado y, apenas tres años después, partió hacia Dios, en noviembre de 1921 en Huacho (Perú), a la edad de cincuenta y siete años.

Esta historia de amor y entrega no murió con Ramón, el PROYECTO, como era de Dios, creció y es con profunda alegría que hoy, las MDR se extienden a los cuatro rincones del mundo. En la misma línea de mujeres discípulas que escuchan la llamada de Jesús y acogen con alegría el envío misionero, se inscriben las Misioneras Dominicas del Rosario. Queremos ponernos en la estela de Nuestros Fundadores y de innumerables mujeres enviadas a anunciar la Buena Nueva, a la manera de Nuestra Mayor. Nos sentimos rodeados por una nube de testigos, mujeres y hombres de todos los pueblos, tiempos y culturas, que han hecho suyas las palabras de Jesús: “Id y haced discípulos a todas las naciones” (Mt 28,19). Las Hermanas Misioneras Dominicas continúan hoy sintiéndose llamadas a levantar la “tienda de la misericordia” y la compasión en contextos de necesidad, como en las cárceles de Kinshasa o Ayacucho, en el acompañamiento de personas desgarradas por la violencia de la guerra y en la ayuda para “reconstruir” sus vidas en el Congo y Camerún. También en situaciones de empobrecimiento y extrema vulnerabilidad, en centros de acogida para niños y mujeres en Timor y Angola; comprometidos con el trabajo en red en la selva amazónica, por la justicia y la paz y los derechos humanos de los indígenas. Comprometida con la lucha contra la discriminación y la promoción de la integración de los inmigrantes y las minorías étnicas en el Centro Social 6 de mayo, en la periferia de Lisboa; trabaja por la promoción y la autonomía de las mujeres en Mozambique y la India. Para nosotras, no consiste en reproducir acciones y estilos de vida, sino que requiere mantenernos en una búsqueda dinámica de nuevas formas de vivir el carisma en el mundo y en la realidad concreta que nos toca vivir: con autenticidad en el compromiso diario con la causa de los pobres, en la experiencia de la cercanía de Dios a los marginados, en la práctica de una vida sencilla, pobre y solidaria que busca construir lazos de fraternidad y comunión con todos los hombres.

Porto, 2 de Febrero de 2021

Mafalda Moniz, Portugal.

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