Jesús no fue al desierto hacer penitencia, sino a meditar. También a nosotros no nos ayudará hacer penitencia, ni pedir perdón por los pecados, sino meditar.
Por años hemos creído que conseguir el perdón de Dios es el mayor logro, olvidándonos que Dios no se enoja y que por lo tanto no tiene nada que perdonar. Y desde esta certeza, del amor incondicional de Dios, debe partir nuestro encuentro con Él. Cuando esto sucede la oración nace desde un corazón agradecido, desde la gratitud.
La cuaresma nos invita a vivir una relación plena con Dios, con nosotros mismos y con los demás.
La oración: mi relación con Dios
El ayuno: la relación conmigo mismo
La limosna: mi relación con el otro
Que podamos vivir este tiempo desde el encuentro con Dios en todo y en todos, nada ni nadie puede mancharnos en nuestra esencia, nuestro desafío es ir soltando aquello que nos deteriora como seres humanos y eligiendo lo que nos construye como personas.