“El Padre Zubieta se pone de rodillas, y se inclina con la mansedumbre de un cordero ante el matador, y el renegado ministro Katipunan, repuesto del susto con el ejemplo de la víctima, comienza su faena y redobla su coraje” (Fr. W.F)
“como perros de presa me rodean, me acomete una banda de malvados. Más tú Señor, de mí no te separes, auxilio mío, corre a socorrerme” (Salmo 22)
Desde la oscuridad de esta prisión Clamo a ti, Oh Dios mío. Escucha mi voz, mi vida pende de un hilo, pero sé que estoy en tus manos. No abandones a tu hijo a tu misionero en esta hora amarga. Somos llevados como corderos al matadero Atadas nuestras manos el corazón dolorido. Los fusileros nos amedrentan los perdonamos, también son nuestros hermanos. Las torturas y las burlas no consiguen debilitar nuestra fe en ti. Me abrazo a tu cruz, Y comulgo contigo en el dolor. Te ofrezco mi cuerpo frágil y desnudo, hambriento y desgastado. Tú eres mi roca, Mi fortaleza desde mi tierna infancia en Arguedas. ¿Habrá llegado la hora del martirio? ¿de ofrecer mi sangre por ti? ¿Este será mi Tonkín? Mi breviario me acompaña, Mi cabeza descansa en él ¡Cuántos golpes se llevó Por no serme buena almohada! Más, ¡Cómo me consoló En mi vida atribulada! Gracias, Dios mío por tu compasión, porque en medio del horror, el pueblo sencillo nos trae comida y vestidos. Porque nos sostenemos como hermanos para no claudicar. Oh, Virgen del Yugo Auxíliame con tu maternal amor. Hazme fiel a tu Hijo hasta el final.