Cumplir con los deberes y derechos como miembros de un pueblo es responsabilidad con la propia vida y la de los demás. Pero si podemos evadir las obligaciones ya sea con la sociedad o con el estado, lo hacemos.
Asimismo, los presupuestos que son para cubrir las necesidades de todos, se queda en manos de pocos que logran justificar los gastos, sin haberlos invertido para lo que fue asignado.
Cuando nos damos cuenta de esto, rezar a Dios para que haya menos pobreza y desigualdad no tiene sentido, rezar a Dios para que los corruptos dejen de serlo, también está demás.
¿Qué tenemos que hacer?
En un taller nos decían que toda estructura de pecado está regida por personas, entonces lo que hay que cambiar es lo profundo de cada ser humano. Casi todas las decisiones que tomamos parten de nuestro centro egoísta, del ego.
El desafío está en entrar en nuestro espacio interior desde donde operamos y mirar cuál es el motor que nos mueve.
Nos acercamos al momento de dejar de culpar a otros por lo que nos pasa y mirarnos a nosotros mismos en nuestro ser y actuar, y a medida que cada uno cambiemos cambiará la realidad y el mundo.
“Ayer era inteligente y quería cambiar el mundo, hoy soy sabio y me cambio a mí mismo”. (anónimo)