Los jefes religiosos del tiempo de Jesús cumplían el culto y la ley como estaba determinado, pero habían perdido la capacidad crítica. Las normas y el culto estaba por encima de la persona. Mataron a Jesús que criticó esa realidad. Confundieron el deseo de Dios con sus propios intereses.
Nada diferente a lo que pasa hoy con nuestros gobernantes que anteponen sus intereses personales al bien común, creyéndose dueños y señores del pueblo y de su riqueza.
Qué bien nos haría a todos que nuestros dirigentes trabajen como administradores y no se sientan dueños de la “viña” para que no caigan en la tentación de apropiarse de ella.
¿Qué espera Dios de nosotros?
Posiblemente Dios no espere nada de nosotros ¿Qué podemos darle? Él es el que se nos da totalmente. Lo que Dios espera de nosotros no es para Él, sino para nosotros mismos. Lo que Dios quiere es que todos lleguemos a alcanzar la plenitud. Jesús ya lo hizo.