“El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí”

La Buena Noticia Mt. 10,37-42

El amor a Dios no se puede oponer al amor a nuestros padres. No me imagino a Jesús pidiendo a sus discípulos que le amen más a él que a sus padres o que a sus familias. Además, Jesús no pidió que le amaramos a él, sino a nuestro prójimo, es decir a los más cercanos y a los más débiles.

Posiblemente Jesús nunca dijo eso y menos con el significado que tiene hoy para nosotros, más bien esto es fruto de una idea de un Dios alejado, separado, exigente y con una cuota de egoísmo, porque pide amor exclusivo, por encima del amor a nuestros padres que son los más prójimos – próximos. Recordemos que no hay amor a Dios, que no se manifieste en el otro.

Hay matrimonios en los que uno de los dos o los dos viven en tensión entre el amor a su pareja y a su madre o su padre, también en esa situación algo no está bien. El amor verdadero nos libera, no es enganche, ni apego, ni dependencia, ni posesión, sino felicidad y vida plena.

No nos olvidemos que sólo podemos amar a Dios amándonos a nosotros mismos, a los demás y a todo lo creado. Amando a los demás amamos a Dios. El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, les aseguro”. Todo amor se tiene que concretizar en acciones.

El amor más auténtico es el que damos sin esperar nada a cambio.

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