“Todas estamos en la misma tormenta, pero no en la misma embarcación”

Queridas hermanas, me solicitaron que escribiera mi experiencia en este tiempo de vivencia en Ecuador y así quiero hacerlo.

El día 11 de marzo del 2020, llegué desde Chile a Quito, Capital de Ecuador, siguiendo mi sueño misionero gestado en el Juniorado de Lima, en los años 1990-1991.

En ésta experiencia misionera, mi comunidad de destino es Quinindé, Provincia de Esmeralda –Ecuador. Sin embargo; por razones de ésta pandemia sigo residiendo en Quito, en espera de “mejores tiempos”.

Esperar, una actitud difícil para mí, con tanto deseo de “llegar a la tierra prometida”; estar quieta, en espera, se constituye en todo un proceso de conversión, de paciencia y de disposición. Más si esta espera es impuesta por un virus, que no sé de dónde salió y que una vez más ataca con crueldad a los más empobrecidos, por eso este título de “estamos en la misma tormenta, pero no en la  misma embarcación”, me parece muy sugerente.

Así es, toda la humanidad estamos viviendo la misma tormenta, sin embargo; las embarcaciones en las que vamos son muy diferentes, no es lo mismo atravesarla en un trasatlántico, en un crucero, en un barco o en una canoa. Creo que la mayoría de nuestros pueblos empobrecidos, va en canoa. Remando a la intemperie. Sin recursos de salud que los protejan, con apenas lo escaso para alimentarse. Con espacios mínimos para guardar las distancias físicas necesarias para no contagiarse. En otros lugares, ni siquiera agua potable para lavarse muchas veces las manos, como primera medida de protección.

   ¿Y qué es este virus y por qué se expandió tan rápidamente? Tuve la experiencia del H1N1, en Chile, el miedo, la incertidumbre y hasta un familiar cercano que la padeció y que estuvo al borde de la muerte. Pareciera ser que éste Covid-19, es mucho más letal.

¿Y por qué la Organización Mundial de la Salud y los “súper héroes” que manejan la tecnología, la economía, la política y tantas otras realidades, no pudieron advertir antes de lo que se venía? Lo más probable es que por CONVENIENCIA. ¿Cómo se iba a suspender el turismo, el intercambio comercial, los vuelos, etc, etc., en pleno período de vacaciones de verano en el hemisferio sur? La economía es el primer valor para los “amos de este mundo” y ante ella se siguen sacrificando seres humanos.

Y aquí en Quito, en nuestra bella casa-comunidad, rodeada por el hermoso paisaje de las montañas, a veces con una lluvia incesante, otras con un sol esplendoroso, escucho noticias, veo noticias, me conecto vía WhatsApp, para mantenerme comunicada con la realidad externa. Sé de muchas personas contagiadas, de otras tantas que después de cuarenta y cinco días han vuelto a las calles a vender sus productos para poder llevar algo de comida a sus hogares. Sé del personal de salud de todos los países que se mantienen en la primera línea para combatir la pandemia. Sé de familiares de hermanas que se han contagiado. Y me empiezo a preocupar por mi hermana Erika, la más vulnerable de las hermanas, se la confío a Dios cada día. Y sigo esperando, por “tiempos mejores”, haciendo de “todo” en casa, y procurando fortalecerme en la fe, contra toda desesperanza, buscando ver qué quiere Dios de mí en este contexto.

Me alientan los gestos gratuitos de personas de la comunidad de fe donde participan las hermanas de Quito: una llamada telefónica, su solidaridad con frutas y verduras y ayer hasta un hermoso ramo de rosas. Los pobres son nuestros amigos y con ellos seguiremos haciendo camino. Todavía hay esperanza, resistiré y con la Gracia de Dios, llegaré a la “tierra prometida”: Quinindé.

Quito, 14 de mayo de 2020.    

Edith Ponce Castro.

Misionera Dominica del Rosario.

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