El texto de la mujer samaritana está lleno de simbología, es hermoso y con mucha profundidad. Jesús ocupa el lugar del pozo, Jesús es el agua viva que sustituye la ley y el templo.
Jesús está sólo, la mujer no tiene nombre. Se trata del encuentro del Mesías con el pueblo de Samaria, la prostituta, pueblo infiel.
Jesús al acercarse a la mujer rompe dos barreras, la que separaba a judíos y samaritanos (estos últimos considerados impuros), y la que separaba hombres y mujeres. Jesús reconoce que una mujer puede aportarle algo valioso.
La mujer no conoce más agua que la del pozo, o sea la ley, que sólo se puede conseguir con el esfuerzo humano. No ha descubierto que existe un don de Dios gratuito a cambio de nada, sólo por amor.
El agua es Espíritu que da Jesús y se convierte en manantial que continuamente da vida. Esta vida contiene la energía suficiente para desarrollar a cada ser humano desde su dimensión personal más profunda.
Así como el agua hay que extraerla del pozo, el agua del Espíritu hay que sacar de lo hondo de nosotros mismos. El agua que da Jesús es el encuentro con Dios en lo más profundo de nuestro corazón.
Fray Rodríguez dice: “”Soy el pez que busca desesperadamente el océano”. “Soy la ola que nunca deja de ser mar.” Si me considero ola pensaré que nada sería sin el mar.””
Nunca más sientas sed porque estás lleno de agua viva.