No me imagino a Jesús mostrando su especial divinidad ante sus discípulos, pues no era su estilo ni nunca se presentó así ante nadie. Tampoco Jesús llevaba una varita mágica de lo divino para usarlo en los momentos difíciles de su vida.
Recordemos la oración en el huerto, ahí deja clara su humanidad y lo que hay de Dios en él. Y nuestra mayor gloria es que en nosotros está ya ese mismo amor.
Esta humanidad y divinidad se expresa cada vez que nos acercamos a ayudar a alguien. Y no es la esperanza de una recompensa la que nos lleva a servir, sino la confianza de su presencia.
“La única luz que nos transfigura y nos transforma es el amor, y cuando se manifiesta ese amor ilumina”. Entonces lo humano transparenta a Dios. “La transfiguración nos dice lo que era Jesús y lo que somos realmente nosotros”. Jesús era todo luz porque Dios lo inundaba. Ese mismo amor inunda en nosotros. Nos toca descubrir en nosotros el más sublime don, Dios mismo.