Descubriendo la verdadera felicidad (Filipinas)

“El secreto de la paz y la felicidad se encuentra en el sacrificio propio, en vaciarse uno mismo y dejar que todo se llene por el amor de Dios” (Madre Ascensión Nicol Goñi). Existen personas que buscan la felicidad en el mundo material: dinero, autos, posesiones y otras cosas que no son de Dios. La Madre Ascensión nos da una clara respuesta a la felicidad: la verdadera felicidad se encuentra solo en Dios al descubrirse uno mismo.

Déjame compartir mis experiencias para encontrar la verdadera felicidad. La etapa del postulantado es como un boleto para viajar de regreso a mis experiencias. Este momento es tan grandioso que descubrí que es también una oportunidad especial para reflexionar sobre mi misma y descubrir quien fui, quien soy y quien seré en el futuro.

Descubrí que la verdadera felicidad no está donde la gente dice, sino que proviene desde dentro de uno mismo. Es verdad que la experiencia es la mejor forma de aprender. Desde que comencé mi postulantado estoy realmente aprendiendo muchas cosas a través de mis experiencias, especialmente en los momentos más difíciles que he pasado. Por lo tanto, para mi “la experiencia es siempre el mejor profesor”, tal como solía decir Nelson Mandela. Para ser una gran misionera, este es el momento preciso para cambiar y así prepararme para el futuro. Todos saben que el futuro es un misterio, pero es nuestro deber cuidarlo como si estuviese en nuestras manos y como si siempre tuviéramos la libertad para tomar una decisión. Creo que nunca es tarde en la vida para cambiar.

Nuestro postulantado se inició el 15 de agosto, en conjunto con dos compañeras: Rosalina y Rosita en la comunidad Santa Rosa de Lima, P. Noval. Antes de esta etapa tuvimos un retiro con la coordinadora provincial de la provincia de San Luis, la hermana Virginia Benito. Me inspiré en ese retiro con las palabras del mensaje de la hermana Virginia: “Nuestra llamada es un regalo especial de Dios”. Esta frase me hizo darme cuenta de la importancia de mi vocación y me ayudó a profundizar mi oración personal. Estoy muy feliz con las hermanas en mi comunidad por su ayuda y apoyo. Estar con grandes misioneras significa que nunca estás sola, abandonada, sin ser amada o indeseada. Jamás he experimentado esas sensaciones porque tengo grandes hermanas que no son solo mis hermanas, sino que también mis padres y mejores amigas también, en quienes comparto y siento la presencia de dios. Les debo mucho por su amor y amistad, las que han hecho que mi vocación sea más fuerte. Cada día descubro el amor de cristo a través de ellas. Como ser humano no soy perfecta y muchas veces peleo conmigo misma para seguir algunos de sus ejemplos y enseñanzas. Hay ocasiones en que encuentro difícil solo escucharlas porque pienso que mi pensamiento es el mejor, por lo que a veces decido alejarme de lo que quieren enseñarme. Sin embargo, no tienden a ver mis imperfecciones y fallas, sino que tratan siempre de guiarme de vuelta al camino de Dios. Su generosa y amorosa paciencia me ha inspirado mucho para seguir a Cristo. Estas no son las únicas cosas que he aprendido de ellas, También he aprendido que al ser una seguidos de Cristo debo ser una persona alegre y amorosa como ellas lo son.

La congregación de las hermanas misioneras dominicas del rosario sigue las enseñanzas de Santo Domingo, a quien todos debiesen estudiar para conocer más sobre Cristo, nuestro maestro. Por lo tanto, con corazones agradecidos, mis hermanas en esta provincia (a través de mi comunidad) han decidido enviarme a estudiar. En el lugar donde estudio empecé a aprender y a saber más de esta vida llamada por Dios. Durante mis clases modulares, conocí muchos hermanos y hermanas que venían de diferentes congregaciones. Fueron buenos amigos, compartieron sus conocimientos, talentos y tiempo. Al principio, cuando decidí entrar al convento, pensé que para ser monja no era necesario estudiar, pero durante mis clases de estadía de un año me di cuenta de que estudiar es también una de las cosas importantes para la vida religiosa. Para predicar la buena nueva a las personas necesito saber y comprender la vida de Jesús a través de otros.

Luego de mis clases como interna fui enviada por mis profesores y tuve mi exposición en Baseco, Tondo (Manila) y me quedé por nueve días con los pobres. Baseco es el lugar donde la gente pobre de Manila lanza sus desperdicios, por lo que es sucio y apestoso. Al mismo tiempo, es un pequeño lugar lleno de gente. ¡Pelar ajos acá puede ser un trabajo! Las personas aquí no tienen trabajo formal, por lo que el gobierno les entrega proyectos para cada familia y para mantenerse, las personas deben pelar un saco de ajo por el cual reciben 100 pesos. Además, la mayoría de los niños están mal nutridos y no van a la escuela.

Quedé en shock cuando llegué a la casa de mis padres de acogida. Son muy pobres, pero aún así son muy generosos y fieles. Uno de los hijos de mis padres de acogida es transgénero y fue mi primera vez en que me alojaba con un transgénero en una casa. A pesar de mi primera impresión, estaba muy feliz de estar con ellos y superar mis emociones porque compartimos nuestras vidas uno con el otro. Ayudé a mi madre adoptiva a cocinar para los niños del distrito y ayudé también en la iglesia del barrio.

La vida religiosa es un regalo hermoso para la iglesia, por lo que es un desafío que me tiene alerta, despierta y siempre atenta a aquellos que me rodean. Trato no herir a nadie y no ser egoísta. He intentado preocuparme de otros y darme tiempo para estar con ellos y descubrí gran felicidad en mi corazón, que me da fuerza para ir más allá. Como dice el dicho “Para ser feliz debemos hacer felices a otros”. Todo es posible para Dios. Confiar en Dios es permitirse a uno mismo ser protegido por él. Soy agradecida por todas sus protecciones a través de mi vida, especialmente por la experiencia de nueve días en Baseco. Soy agradecida de la provincia San Luis Beltrán, Filipinas y la comunidad “Virgen Fiel” por su apoyo y oraciones.

Esta experiencia me ha ayudado a darme cuenta de mi llamado, a seguir a Cristo y ser discípula de él. Comencé mi postulantado el año pasado, lo que me ha enseñado muchas cosas que nunca imaginé. Siendo una misionaria seré un instrumento de Dios para todas las personas, en particular para traer la buena nueva a los más pobres de los pobres. Las experiencias que he tenido estando con los pobres me han hecho darme cuenta cuán afortunada soy en mi vida y que haya sido llamada para ser religiosa. Tengo lo suficiente para cubrir mis necesidades, pero aún así hay ocasiones en que me quejo. Sin embargo, mirando a los pobres me pregunté a mi misma: ¿Qué haré para ayudarlos siendo una misionera?, ¿Puedo seguir preocupándome solo por mí y dejarlos solos? Cuando pienso en dejarlos solos mi corazón no está en paz porque en ellos encuentro a Cristo. Descubrí su amor a través de los sufrimientos y dolores que he visto por mis propios ojos. No es fácil dejar a alguien solo en sus tiempos difíciles. Creo en mi llamada por ellos, pero no será fácil si no estoy unida con mi comunidad. Por esto, mientras esté unida a mi comunidad no hay dificultad que no pueda ser superada y la verdadera felicidad no puede estar lejos.

Sara Mendon.

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