Inmaculada concepción

La Buena Noticia Lc. 1, 26-38

Dios está con María y con cada uno. Si descubrimos lo divino en Jesús y en María, ¿por qué no lo descubrimos en nosotros?  Dios nos ha dado lo mismo a todos, porque Él se nos ha dado. Cuando experimentemos su presencia desaparecerán todas las creencias y prejuicios que no nos permiten ver, y podremos con inmensa alegría conocer quién es Dios y qué somos nosotros.

El dogma de la Inmaculada Concepción lo puso el Papa Pio IX en 1854, para demostrar que María la madre de Dios no tenía pecado original. Hoy el pecado original se entiende que nos viene del conocimiento, es decir, en cuanto el ser humano tuvo la capacidad de conocer y por lo tanto de elegir, falló. Nuestro conocimiento limitado nos hace creer que es bueno lo que en realidad es malo. Nuestro deseo es siempre elegir lo bueno, pero somos limitados y no siempre acertamos. Por eso tenemos que cambiar la idea de que con nuestras faltas ofendemos a Dios, y aún peor cuando creemos que Dios se enoja.

 Con nuestros errores nos hacemos daño a nosotros mismos y a los demás, y Dios nos ama siempre y en todo momento en las buenas decisiones y también en nuestra fragilidad. Dios es nuestro fundamento como lo fue de María. La grandeza de María está en que ella descubrió a Dios y lo vivió en plenitud, y nosotros podemos hacer lo mismo. María es nuestro ejemplo, nuestra tarea es vivir como vivió ella.

Si seguimos pensando que María fue diferente a nosotros, entonces no vale nuestro esfuerzo porque nunca podremos ser como ella. Pero Dios nos dio todo a todos. Dios no tiene privilegios con nadie, se da a todos por igual. Lo más precioso de celebrar esta fiesta es recordar que como María todos tenemos esa parte de nuestro ser (inmaculada), ese núcleo que nada ni nadie lo puede manchar, es nuestro auténtico ser. Es el tesoro escondido, la perla preciosa en cada uno.

Pero para descubrir ese tesoro tenemos que abajarnos y entrar en lo más oscuro de nuestro pecado y miseria, de donde nos da ganas de salir corriendo porque sentimos que no valemos nada, que somos muy limitados. Pero si seguimos ahondando encontraremos nuestro verdadero ser luminoso y limpio, porque es lo que hay de divino en nosotros.

 

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