En el Evangelio Jesús nos enseña cómo comportarnos con los que hemos catalogado como “malos”. Jesús pide ir a la casa de quién era considerado “malo”, un pecador público.
El evangelio de hoy tiene relación con el evangelio del domingo pasado. El creernos seguros de nosotros mismos nos lleva a despreciar a los demás. Y hasta podemos alegrarnos que no alcancen la “perfección” que nosotros creemos haber alcanzado. Zaqueo desea conocer a Jesús, pero no se atreve a acercarse a él, porque sus conocidos le van a señalar con el dedo y contarle a Jesús que él es un pecador.
Imaginémonos la cara de sorpresa y alegría de Zaqueo cuando oye de la misma boca de Jesús, pronunciar su nombre, tratarle con cariño y decirle que quiere ir a su casa. Esta alegría es una de las más profundas que una persona, que es tenida como pecadora, puede experimentar. Para Zaqueo llega la salvación, se siente aceptado como persona, recupera la confianza en sí mismo, y responde a Jesús con toda su alma; desde el corazón, con amor pleno.
“He venido a buscar y salvar lo que estaba perdido”. Jesús no tiene nada que hacer con los perfectos. “Sólo los que se sienten perdidos, podrán ser encontrados por Él”. Todos necesitamos de Dios, pero sólo el que tiene conciencia de estar enfermo busca al médico. “Sólo lo que está perdido, necesita ser buscado”. Tampoco debemos sentirnos indignos pecadores, se trata de tomar conciencia de la dificultad del camino y sentir que necesitamos la ayuda de Dios para alcanzar lo que queremos. Si nos empeñamos en caminar solos y solas, seguro que nos perderemos.