Cuando seamos conscientes que no somos nada, habremos pasado por la “puerta estrecha”. La salvación es un proceso de salir de nosotros mismos, de dejar de sentirnos el centro de todo.
Preguntas que nos hacemos
¿Para cuándo es la salvación?
¿La salvación es aquí o en el más allá?
¿Nos salva Dios, Jesús o la Virgen?
¿Nos salvamos nosotros mismos?
¿Nos salvan las obras o la fe?
¿Nos salva la religión?
¿Nos salvan los sacramentos?
¿Nos salva la oración, el ayuno, la limosna?
¿Nos salva la Biblia, su palabra?
¿Cómo es la salvación?
¿La salvación es individual o comunitaria?
¿Nos salvamos todos por igual?
Nos hacemos todas estas preguntas, porque sentimos que en nosotros hay un SER o un YO que está perdido y que necesita ser salvado, pero la salvación es descubrir nuestro verdadero ser y vivir desde él, la armonía y la unidad con todo.
La salvación no consiste en quitar nuestras limitaciones o carencias, sino en alcanzar la plenitud sin dejar de ser criaturas limitadas. Alcanzar la plenitud no exige la eliminación de mis imperfecciones. A Dios no le salió mal la creación, nos hizo perfectos y nos hizo tal y como somos.